lunes, 3 de diciembre de 2012

fiel a mi estilo

El otro día un amigo me sometió a una sesión de hipnosis. Ya, ya lo sé: debería cultivar otro tipo de amistades, pero eso será para otro cuento.

Espera.

¡Esto ya lo he escrito antes!

¡Es el arranque de otro cuento que se llama "hipnosis"!

Maldita sea, me repito más que la voz en off de "Radio Intercontinental". Tengo la creatividad de una señal de tráfico, la memoria de un amante tras una sesión de sexo, la imaginación de un político español de principios de siglo XXI, la capacidad intelectual de un trozo de oreja al ajillo. Soy tan vanguardista como la venta de crecepelo.

Imagino que será la edad que me está afectando; esa que me hace olvidar lo que cené ayer o el último insulto de mi jefe. Quizá sea sólo la falta de cosas que contar tras años de trabajo monótono.

Pero, ¿cómo voy a explicar ésto? ¿Se creerá alguien que con mi edad he llegado ya a la cumbre? ¿Pensará alguien que repito cuento en un vano intento de colar dos cuentos por el precio de uno? ¿Qué le contestaré al ingenuo que piense que me plagio a mí mismo?

Caballero: no es plagio; simplemente soy un hombre fiel a mi estilo. Como el que canta "depende" y luego canta "bonito" (¿o fue al revés?). Como el que nos cuenta que hay crisis hasta que nos cuenta que ya no la hay. Como el que vende enciclopedias de puerta en puerta y luego se dedica a la venta puerta por puerta de sombreros. Como el que dice que el Madrid va mal, aunque haya ganado la liga.

Ay, la dichosa edad. Cada vez más mayores y con menos sueños. Con sueño sí, sobre todo a eso de las once o doce de la noche, pero sueños... Eso es otro cantar. A veces deberíamos empaquetar todo y marcharnos. Dejar lo que estamos haciendo y vivir otras vidas. Y no me refiero a hacerlo en agosto. Me refiero a intentar otras cosas para el resto de nuestras vidas. Quizá lo que encontremos sea mejor. Quizá no.

-¿Qué eres, Juanitomon? -me preguntó.
-Un bloguero, contesté.

Me pregunto por qué me empeño en seguir con este tipo de cosas.

Maldita sea, ¡lo he vuelto a hacer!

¡Esto ya lo he escrito antes!

Es el final del cuento "hipnosis".

domingo, 25 de noviembre de 2012

hipnosis

El otro día un amigo me sometió a una sesión de hipnosis. Ya, ya lo sé: debería cultivar otro tipo de amistades, pero eso será para otro cuento.

El tío me cuenta una milonga: que me relaje, que no piense en nada, que no se qué movidas más y, cuando ya estaba roque, comienza a pedirme que retroceda en el tiempo. Primero a mi juventud más reciente, luego a mi infancia, a mi época de bebé, y luego (y aquí vienen las curvas) a mis vidas anteriores !

Y he aquí los resultados:

En una vida anterior al parecer fui cantante. Desafinaba de vez en cuando y las personas que venían a escucharme se levantaban de sus butacas y abandonaban la sala. Me miraban con mala cara; algunos incluso llegaron a tirarme cosas para que me fuese, pero yo seguía cantando y componiendo canciones.

En una vida anterior a ésta última, al parecer, fui pintor. Mi trabajo no lo entendía nadie. Decían que eran trazos sin sentido, que no significaba nada, que la obra era menor, por no ser insultantes. Pero yo seguía pintando y expresando mis ideas en un lienzo.

En una vida anterior a ésta última, al parecer, fui cocinero. Mis platos no gustaban. Eran vanguardistas y nadie entendía lo que estaba haciendo. La investigación con ingredientes nuevos vaciaba mi restaurante y me llevaba a la ruina, pero yo seguía innovando con sabores y texturas nuevas, aplicando ideas que me venían a la mente.

En una vida anterior a ésta última, al parecer, fui poeta. Mis rimas no llegaban a los corazones, mis metáforas eran incomprensibles. Nadie compraba mis libros, nadie leía mi poesía, pero yo seguía buscando formas de plasmar mis sentimientos en papel.

En una vida anterior a ésta última, al parecer, fui torero. Me pitaban en la plaza, se levantaban de sus sitios y agitaban al aire las almohadillas para que abandonase la plaza. El toro casi siempre me cogía, y me hacía daño, pero yo seguía arrimándome y esperando quieto cuando la bestia embestía.

En una vida anterior a ésta última, al parecer, fui escritor. Era prosa esta vez. Relatos que narraban la vida que me había tocado vivir, mis amigos, mis relaciones, mi época. Pero no me editaban. Nadie quería leer lo que estaba pasando a su alrededor, pero yo seguía escribiendo, narrando historias cotidianas que en el futuro representarían parte de nuestra historia.

Mi amigo me condujo de nuevo al presente.

-¿Qué eres, Juanitomon? -me preguntó.
-Un bloguero, contesté.

Me pregunto por qué me empeño en seguir con este tipo de cosas.

lunes, 19 de noviembre de 2012

como en casa

He llegado al curro a las nueve de la mañana en punto. Ni un minuto antes, ni un minuto después. He encendido el ordenador y me he puesto a revisar los e-mails que tenía pendientes del día anterior. Mis compañeros han llegado a trabajar y se han bajado al comedor a desayunar. Tenemos toda suerte de viandas (churros y porras, tostadas, bocatines, bollería, cereales, fruta, yogures, etc) así como una degustación de cafés (torrefacto y natural), cola caos e infusiones varias.

Tras volver de desayunar, un compañero mío se ha percatado de que se había dejado unos papeles importantes en casa, por lo que ha cogido el coche y se ha vuelto a por ellos. Cuarenta y cinco minutos después ha llegado nuevamente a la oficina y se ha ido a tomar un café con otra compañera.

Me he levantado un segundo a coger una cosa de la impresora y mi compañero estaba hablando con otro de la jornada de la liga. Entonces le han llamado los de distribución porque había un mensajero en la calle preguntando por él. Luego me enteré de que le traían una caña de pescar, la cual sacó del embalaje para comprobar que era la que efectivamente había comprado. Os podéis imaginar el follón que se montó con la cañita, ¿no?

A la hora de la comida mis compañeros se han ido a un restaurante, a eso de las dos de la tarde, y no han podido volver hasta cuatro cuarenta (como en la canción). He aquí cuando me lo he encontrado en el servicio, y se estaba lavando los dientes con un cepillo eléctrico  Imagino que se habrá traído el cargador también, porque estas cosas tienen una vida útil limitada.

Por la tarde la cosa cambia. Con la comida en la tripa la sangre abandona la cabeza y entra la pereza. Mis compañeros se han reunido a hablar de niños ellas y de fútbol ellos. Luego se han tomado otro café y se han intercambiado chocolatinas, kikos, chicles y demás chucherías de la máquina del primer piso. Entre tanto estrés, se han ido a casa media hora antes que yo.

Y justo en esa media hora es cuando ha venido mi jefe echando pestes. Que ya está bien, Juanitomon, de no hacer nada, que me va a asignar parte del trabajo de mi compañero porque "mi compañero está hasta arriba y no da abasto".

Por un instante pensé que había dicho "y no da el basto" pero no. Decía que mi compañero no puede con todo el curro que le han asignado y que es injusto que no le ayudemos.

Así nos va.



televisión


He tenido la horrible visión de un mundo sin televisión y no puedo conciliar el sueño. Durante las 24 horas del día las personas hablaban unas con otras, leían libros, escuchaban música, escribían poemas y cuentos, tocaban instrumentos, iban al parque a jugar al fútbol y a pasear, entraban en museos sin la necesidad de hacerlo para parecer cultos, la mayoría incluso disfrutaban de su trabajo.

Me he puesto a sudar y a dar vueltas en la cama cuando me di cuenta que sobre la mesita en la que tengo la tele reposaba un libro de unos 1.000 folios y -lo peor de todo- tenía un marca páginas por la mitad. "He debido necesitar años para leer tanta letra junta" pensé histérico.

Luego cogía un periódico y no había nada importante que leer, habiendo desaparecido la parte con la programación diaria. ¡Y sólo es lunes! ¿Qué pasará el sábado cuando tenga todo el día libre y nada que hacer con mi vida? Igual tendré que ir al campo a ver amapolas y a estornudar con el polen, o a jugar al tenis con algún amigo que tampoco aguante la vida sin tele, o a un bar a tomar un café con leche y agh... hablar.
¿De qué voy a hablar? Ahora hablo de todo lo que he visto en la tele. Comento si este ha dicho esto, si aquel ha hecho aquello. Prolongo la satisfacción de estar enlazado al receptor durante la parte del día en la que no puedo estarlo. Ahora vosotros vais y me lo quitáis, y me habéis dejado sólo. ¿No era suficiente dejarme sin novia que ahora me dejáis sin televisor también? ¡Qué intolerantes sois, coño!

Me relajé un poco.

Igual podía ir a una tienda de estas tipo Tien 21 y comprar una cámara.

Calma, Juanitomon.

Pongo la cámara en un trípode y la coloco en una esquina de mi casa. Entonces la enchufo a la tele y enciendo ambas. Llamo a mis colegas y nos reunimos a jugar al Monopoly mientras nos vemos jugando al Monopoly: Gran Hermano. Cuando nos cansemos del Monopoly puedo llamar a otros colegas míos (muy chabacanos y extremadamente ordinarios ellos) y hacer un coloquio sobre Gran Hermano: Sálvame.

Juanitomon ha vuelto a ganar.

Sin embargo -y como cualquier cuento corto de escritor novel que se precie- este cuento termina diciendo que todo fue un sueño. Quizá podría haber terminado con una muerte o alguna desgracia que impactase al lector, pero eso se lo dejo a escritores más avanzados. En mi caso la televisión estaba allí cuando me desperté atado a las sábanas de tanto dar vueltas y bañado en un charco de sudor. Me levanté, me desaté de la sábana (las tijeras siempre son buenas para esto último) y le di un beso a la tele.

viernes, 23 de marzo de 2012

mala poesía


Los últimos dos libros que me he leído son tan malos que parecen estar escritos con los pies. No diré los títulos porque en el fondo cualquier obra, por menor que sea, tiene su curro y siempre es más fácil criticar que hacer.

Lo que sí me ha quedado claro es que, a veces, vale con escribir con los pies para que a uno le publiquen. Por ello, me descalzo, acerco los dedos de los pies al teclado del portátil y os dedico a todos una estrofa reconociendo, de antemano, que este cuento es, posiblemente, la mayor estupidez que he escrito en mi vida:

Djñ yryuvsd fr mi hrgsñ don uns pfgsgdf sdl rtfsf
Mr rnvsnhstisp pofrt yovstlsd hslúhns jotnsfiys
Pot hy oisdtyr lsfg utivsd gdgt lsd votrd gpm ls
Vsñs jofrt frwu wun nurjfkdim sredy sl ls xottsl

Vaya, me temo que no rima. 

jueves, 15 de marzo de 2012

mañana


He preguntado en el trabajo por las palabras que más nos definen a los españoles. La mayor parte de mis compañeros han llegado a la conclusión de que las palabras más conocidas fuera de nuestras fronteras están relacionadas con la gastronomía local. De esta forma, es posible que nos conozcan fuera por palabras del tipo paella, sangría, tortilla, etcétera.

Mis compañeros de natación, una vez desestimada la posibilidad de aportar términos relacionados con comida o bebida, han optado por palabras relacionadas con el ocio. Creen que muchos extranjeros nos conocen por palabras como toros, matador, flamenco, etcétera.

Mis amigos, desestimada la posibilidad de aportar términos como comida, bebida u ocio, han optado por presentarme palabras relacionadas con el país en sí. De esta forma, creen que se nos conoce por palabras como playa, sol, Madrid o Barcelona, etc.

Yo, por mi parte, creo que la palabra que mejor nos define y por la que mejor se nos conoce allende los mares es “mañana”. Es toda una filosofía de vida. Es la respuesta comodín a todas nuestras preguntas. Sin duda, “mañana” es la palabra que mejor nos define.

Mañana os explico por qué.  

jueves, 16 de febrero de 2012

excusas

Como tengo trabajo fijo, no me hace falta buscar uno nuevo. Además, la economía está fatal últimamente, la prima de riesgo está altísima y, aunque no sé muy bien lo que es, seguro que no es bueno. La bolsa cae en picado, y yo no tengo acciones, pero seguro que afecta de alguna forma a mi trabajo. No tengo hijos, pero ¿y si algún día los tengo? Seguro que necesitaré estabilidad y unos ingresos recurrentes para comprar pañales, potitos y todo lo que necesita un bebé. Además, tampoco estoy tan mal. A veces me gritan, no comprenden lo que hago y es rara la ocasión en la que me agradecen lo que hago, pero eso es porque ellos saben y a mí todavía me queda mucho por aprender. Son los jefes y tienen más experiencia que yo; juegan con más información. Si sigo en la empresa seguro que algún día llegaré tan lejos como ellos. En los últimos diez años no lo he conseguido, pero ya estoy en la línea de salida. Es cuestión de que se me presente la oportunidad y que esté ahí dispuesto a coger el toro por los cuernos.

Me gusta escribir y de vez en cuando abro un archivo que tengo en el portátil en el que llevo una especie de diario donde escribo todo lo que me viene a la mente. Me resulta muy relajante. Pongo lo que me ha pasado a lo largo del día y lo que espero que me pase en el futuro: mañana en el trabajo, en las vacaciones de verano, dentro de varios años cuando sea mayor. He considerado la opción de dedicarme a escribir, pero es muy complicado. En este país son pocos los que publican y hay que conocer a alguien que te introduzca en el mundillo. Seguro que si conociese a un escritor consagrado podría leerse algún manuscrito que le dé y darme su opinión. Igual soy una promesa a la que nadie ha encontrado aún. También he considerado publicar un libro por mi cuenta, pero cuesta mucho dinero y además no garantiza que el libro vaya a ser correctamente distribuido y, por ende, leído por alguien más que los amigos a los que les regale un ejemplar. Podría incluso publicar mis escritos en Internet, en una web de cuentos o un blog, pero eso está abierto al plagio. Cualquiera puede entrar en mi web, coger el material y publicarlo él. Algún día debería dedicarme a escribir, pero es que no veo cómo hacerlo.

He conocido en el trabajo a una chica que me gusta mucho. Nos quedamos mirando fijamente el uno al otro como si nos hubiésemos conocido desde siempre. Parece que hubiésemos estado juntos en una vida anterior, si es que algo así existe. Además se nota que es buena. Es una mujer bondadosa, y eso es más importante que el físico o la carrera profesional. Lástima que trabajemos juntos y que, por ello, no podamos salir a cenar algún día e intentar saber si las miradas pueden llegar más lejos. En el trabajo no hay que mezclar los asuntos profesionales con los asuntos personales. Olvidarse de esta máxima es caer en la trampa. Tarde o temprano lo que va, viene. Lo que era una historia de amor se ha convertido ahora la pesadilla de ir a trabajar a una oficina donde hay una persona con la que no quieres estar. Y eso que la miro y sonrío sin querer y que a ella le pasa lo mismo, pero es que en el fondo no quiero perder mi puesto de trabajo.

Cuando tenía trece años me empezó a gustar mucho la música. Pensé que algún día me dedicaría a cantar en un famoso grupo de rock junto a mis amigos. Además, tenía la certeza de que se podía lograr; si otras personas eran capaces de hacer buena música, nosotros también seríamos capaces de hacerlo. Uno de mis amigos llevaba años tocando la guitarra y otro había estado desde niño en el conservatorio aprendiendo a tocar el piano. Sólo faltaba un batería y un bajista, aunque conocíamos a varios por terceras personas que habrían estado dispuestos a unirse al grupo. Propuse entonces formar una banda, pero mi futuro guitarra me dijo que éramos demasiado mayores para empezar en la música. Por su parte, mi futuro teclista me dijo que él podía leer música y tocar lo que pusiese la partitura, pero que era incapaz de componer. El guitarrista me confesó en privado que el teclista no podía formar parte del grupo si no sabía componer y el teclista me dijo que yo no debía ser cantante porque él quería cantar las canciones que el guitarrista compusiese. Hace ya años que no nos vemos ninguno de los tres y ahora sí que creo que somos demasiado mayores para empezar un grupo de rock.